GUINEA-BISSAU
El
archipiélago de Bijagós tiene casi una decena de islas principales y,
en total, no llegan a la centena. Es una reserva de la biosfera por la
UNESCO. La verdad, todo un lujo a la vista.
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¿En cuántos países de África puedes encontrar impresionantes playas, una sensación de relax total y donde, además, no es necesario saber ni inglés ni francés para hacerte entender? Pues no en muchos. Uno de ellos es Guinea-Bissau. Una maravilla de país al que, no sé porqué, poca gente va. Así que los peligros de Irak de la semana pasada para ir al continente de continentes.
Hay algo especial en los países africanos que alguna vez fueron colonias portuguesas. Hay una especie de buen rollito guay que es muy diferente de aquellos que fueron colonizados por el Reino Unido o Francia entre otros.
No quiero decir con esto que no haya buen rollo y apertura en otros países. Simplemente que la sensación es distinta. Es como si tuviéramos más en común. Sin duda, el idioma ayuda. Puedes hablar en portuñol
y generalmente te entienden. En caso de emergencia seguro que cascamos
todos pero en una conversación normal, te desenvuelves bien.
Yo llevaba tiempo con ganas de ir a Guinea-Bissau. Con mayor motivo cuando la primera vez nos negaron la entrada.
No porque no lleváramos un visado o porque sacáramos una metralleta en
la aduana. Fue porque el barco de expedición en el que viajábamos
llevaba estadounidenses y ambos países habían tenido un encontronazo
diplomático y no nos dejaron fondear en las aguas del archipiélago de Bijagós.
No os voy a mentir. No faltaron los comentarios de gente en plan:
“bueno, ¿y si tiramos a los americanos por la borda y entramos
nosotros?”. Tras una decepción generalizada, seguimos ruta hacia otros
horizontes. Yo pensé para mis adentros más internos: “Volveré…” en plan “Suarsenaguer”. Y así fue. Tiempo después planté allí mi trasero. Aquí os lo cuento.
Nos encontrábamos en Senegal y no teníamos un visado para entrar así que nos dirigimos al Consulado de Guinea-Bissau en Ziguinchor.
Estábamos pletóricos porque, por fin, nada iba a impedir que entráramos
en el país. Bueno, nada excepto una celebración religiosa nacional que
suponía que TODO estaba cerrado (Consulado incluido). Eso iba a suponer
perder el ferry a Bijagós desde Bissau. Estrés total. ¿¿Y ahora qué??
Para hacer el cuento corto y no cansar a nadie, os diré que al cabo de un par de horas, tras no pocos movimientos, estábamos con el mismísimo Cónsul en zapatillas de andar por casa
dentro del Consulado arreglando el asunto. ¡Ojo! Que tan gentil
diplomático jamás pidió nada a cambio. Desde aquí un saludo, señor
Cónsul. Gracias.
Ya sólo quedaba encontrar transporte a una hora compleja... otro escollo. El caso es que un rato después ya estábamos rumbo a Bissau, la capital del país, en un coche compartido.
Bissau relaja. Se puede caminar de un lado a otro, las
calles son anchas, poco asfalto, un puerto algo destartalado… es como si
el tiempo no pasase por allí. Te quedas aplatanado en breve porque te
desestresas. Te quedas, no sé… “aplatajado”. Te sientas en una
terracilla, pides una cerveza, dejas caer la cabeza un poco hacia la
derecha y los ojos perdidos en el horizonte. Hasta que alguien te ofrece
cartones de tabaco a siete euros y pegas un salto. “¿A siete euracos? Pero que pasa, ¿qué no encienden? ¿se fuman de una sola calada?”.
No faltó un encontronazo con las fuerzas de seguridad por
sacar una foto a lo que parecía un bonito fuerte colonial que resultó
ser un cuartel militar. Que pongan un cartelillo, ¿no? Media hora allí
discutiendo. Al final, tan amigos y casi quedando para pasar las
vacaciones juntos con la familia en Benidorm.
Una de las cosas que más desconciertan en buena parte de África es la falta de información. Nunca se sabe muy bien cuando sale un barco, un autobús o cuando algo tiene que ocurrir. Total, ni que hubiese prisa. Teníamos que ir a Bijagós y
habíamos oído que había un ferry que salía los viernes. Allí nadie
sabía nada. Que si no existía, que si salía otro día, que sí salía pero
no con nosotros, que qué era un ferry…
Como el que la busca la encuentra y el que la sigue la consigue,
tras ponernos en plan detectivesco, encontramos el famoso barco. Después
de laaaaaargas horas de espera en una cola que llegaba hasta la Plaza
Mayor de Madrid y bajo un sol de traca, zarpamos hacia el paraíso.
El archipiélago de Bijagós tiene casi una decena de islas principales y, en total, no llegan a la centena. Es una reserva de la biosfera por la UNESCO. La verdad, todo un lujo a la vista.
En el barco conocimos a un cantante local y a una amiga suya con los que pasamos todos los días de un lado para otro. ¡Había hasta españoles allí viviendo! Y eso que la población es escasa.
Por las noches, al bar (porque bar, lo que se dice bar, había uno) a por una cerveza y a bailar. Allí, como en casi toda el África Subsahariana, cualquier ocasión es buena para mover el esqueleto.
Y qué bien bailan. Nosotros ahí con nuestras caderas cuadradas dándolo
todo… menos buena imagen, todo. Aunque, oye, que yo bailo salsa y
merengue… un respeto…
Yo me esforzaba por hablar portugués (que no lo hablo) y cambiaba
algunas oes por úes, a las eses les daba un toque inglés tipo “sh” y
metía todo lo que me sonaba a portugués. Así me quedaban frases como:
“Vuy a gashtarme muitus eshcudush cumu Crishtiano Runaldu” o “Mincanta
Bisssssau e o viño portugueish maish u menush, y pare de sufrir
Mouriño…”. No me entendía ni el tato pero yo me lo pasaba bomba.
Pasamos el tiempo entre la isla de Bubaque y Rubane.
Algunas de las playas eran impresionantes. Pequeños pero coloridos
mercados y muchas celebraciones. Siempre había algo y nos invitaban a
todo.
Volvimos a Bissau a pasar otros días mirando al infinito, a pasear,
a reflexionar, a vivir, a pensar que si en este mundo se está poco
tiempo, lo mejor es pasarlo con la gente que te quiere y visitar, cuando
puedas, los lugares que te llaman
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